lunes, 11 de abril de 2016

La odisea de comer con niños en un restaurante

Recuerdo un tiempo tan lejano que casi parece otra vida, cuando Enzo era bebé, (¡cómo pasa el tiempo!), en el que íbamos con él a cualquier parte. Cenar un fin de semana en un restaurante no era ningún problema, porque a él le enchufabas su biberón de medio litro y se dormía hasta en un concierto de Metallica. Pero cuando empezó a coger movilidad, la cosa cambió y fue imposible ir a tomar café a cualquier sitio mucho más allá del Vips donde no pasaba nada porque el niño estuviera haciendo ruido o por el suelo entre las patas de las mesas y las sillas y los restos de comida que previamente habían ido cayendo al suelo. Después llegó Maya y aunque también tuvo su etapa de bebé silencioso y dormilón, Enzo para entonces ya era un torbellino; imposible lidiar con las dos fieras en un restaurante que no fuera un parque de bolas.

Por eso me he sentido tan identificada con este artículo. Me ha parecido genial!
Soy partidaria de ir con los niños a restaurantes, cafeterías, museos, etc., porque creo sinceramente que es importante que desde pequeños vayan aprendiendo (a su ritmo, obviamente) que hay que comportarse en los sitios; que hay lugares en los que hay que estar callado (en la medida de lo posible), y lugares en los que no se puede correr, por ejemplo.

Lo de cenar fuera… lo practicamos menos porque tienen unos horarios que en la medida de lo posible intento respetar; mis enanos son niños "madrugadores", sobre todo los fines de semana, y esa frase de "¡bueno, si se acuestan más tarde mejor!, ¡así se levantan más tarde!" es claramente de una persona que no tiene hijos, o que tiene más suerte que si le hubiera tocado el Euromillón, porque por mi experiencia con mis hijos y allegados, no sólo se despertarán a la misma hora, sino que lo harán agotados por las horas que les falten de sueño, y tú sufrirás las consecuencias en tus carnes con más sueño del que viene de serie, así que las cenas no compensan. End of story.

Las comidas sin embargo son otro asunto, a medida que se van haciendo más mayores se puede salir más con ellos, aunque mis aspiraciones son mucho más básicas que ir al restaurante más cool del momento o al último brunch de moda. Nooooo, yo con poder comer sin acabar desquiciada ¡me doy con un canto en los dientes!. ¡Hasta un McDonalds me viene bien!
¡Y me he visto tan reflejada en el artículo…! porque mis estrategias a seguir son tal cual:

1. Sitio lo más ruidoso posible. Lo suyo es el nivel de decibelios justo inferior a la necesidad de usar megáfono o hablar por señas entre los adultos sentados a la mesa. 

2. Móvil siempre con batería. Parece mentira que yo, que soy antimóvil para los niños, diga esto, pero así es, lo admito. Llegados al punto en que su comida se ha terminado, y tú todavía no te has tomado ni el segundo, la Patrulla Canina salva cualquier situación. Marshall, Rocky, Zuma, Sky y no sé cómo se llaman los demás, son mis mejores amigos en las comidas fuera de casa. Maya prefiere Peppa Pig o “papiiiiiigg”, como dice ella. La simpática familia de cerdos ameniza nuestras sobremesas de lo lindo. 

3. Más sentido común. Ante todo, usar un poquito éste que a veces es el menos común de los sentidos. Igual que no voy a meter a los niños en un concierto de música sacra, tampoco voy a meterles en un restaurante de pitiminí, porque ni ellos, ni el resto de los comensales, ni los camareros, ni por supuesto nosotros, vamos a disfrutar de la comida, así que, ¿qué sentido tiene?

Lo que echo en falta son restaurantes adecuados para ir con niños, o adaptados a ellos, sin perder la esencia en sí de ser un restaurante y tener la máxima de servir buena comida y dar un servicio en condiciones. Siempre tienes la opción del megaparque de bolas donde tú comes un sándwich como si estuvieras de picnic; o algún restaurante que ha visto el nicho de mercado y sabiamente ha contratado una animadora que debe acabar su día a base de Lexatin después de lidiar con todos los niños del local durante las horas que dure la comida. Pero generalmente la comida, aunque más variada, no suele ser de la misma calidad que si vas a un restaurante “todoterreno” normal, que no lleve ese apellido de “para niños” al final. ¿No tenéis esa sensación?

¿Cuáles son vuestros consejos para ir a comer con niños a un restaurante?, ¿alguno que hayáis probado que podáis recomendar?

¡Feliz lunes!