viernes, 25 de septiembre de 2015

Refugiados

Llevo varios días dándole vueltas a este post, no es un post gracioso, no es un post simpaticón, para leer en cinco minutos rápidos, y a medida que escribo sigo sin tener muy claro cómo abordarlo, sin saber cómo volcar todo esto que llevo dentro desde que hace tres semanas se me partiera el corazón al ver la foto, esa dichosa foto, que no pienso poner aquí, porque todos sabemos de qué foto hablo. Un niño en la playa, que no está haciendo un castillo, no está bañándose en el mar, o corriendo para que las olas no lo alcancen. Esa foto.

He visto esa foto tres veces. Las tres veces he llorado visualizando a mis hijos en esa situación. A moco tendido, cada vez más que la vez anterior, sin saber qué hacer ni como parar de llorar. Con una sensación de pena y de injusticia que me reconcome y con la que no sé muy bien como convivir. 

Personas contadas por cientos de miles que intentan salir de un país porque lo único que les queda, que es su vida, corre peligro. Leí declaraciones de algún insensato diciendo que el padre de la criatura había sido avaricioso y por eso su hijo estaba muerto en esa playa. Valiente mamarracho. Dudo mucho que la avaricia me llevara a meter a mis hijos de tres años en una barcaza atestada para cruzar un mar sin chalecos salvavidas, sin nada más que el miedo a que me matasen lo que más quiero en esta vida.

Oigo opiniones dispares, gente que quiere ayudar pero que no quiere que de repente haya 50.000 personas más intentando conseguir un trabajo con lo poco que hay ya en España. Otros dicen abiertamente que vienen a robarnos el trabajo. Como si fueran a quitarte a ti de tu puesto de trabajo de una patada en el culo para dárselo a un refugiado según entrase por la frontera. Quizá es así, quizá aquí ya “somos muchos”, pero por un momento sólo, si somos capaces de ponernos en su pellejo, si somos capaces de atisbar lo que debe ser el horror cuando lo tienes delante, no me digáis que no correríais con lo puesto y pondríais tierra, mar o lo que sea de por medio. Imaginad que en el siguiente país os reciben con alambradas de espinos, como si fueseis criminales; con gases lacrimógenos y disparos de pelotas de goma, como si fueseis unos vándalos liándola parda en alguna manifestación. Y tú con tu bebé de cinco días que ha nacido en una barcaza que ha tenido suerte y ha llegado a tierra. O con tus niños en brazos andando durante kilómetros para llegar al siguiente país.

Quizá como madre ver esta cruda realidad me afecta más, al fin y al cabo la guerra lleva ya varios años y parece que nos acordamos todos ahora de los refugiados Sirios. Puede ser, el caso es que algo ha hecho “click” por fin en nuestras cabezas. Aunque el detonante haya sido esa foto dantesca que ahora todos tenemos grabada a fuego.
Como decía un chaval en un video que ha dado la vuelta al mundo, “Yo no quiero estar aquí, lo que quiero es que acaben la guerra para poder volver a mi país”. Por supuesto todo empieza por acabar esa maldita guerra que como muchas otras ya dura demasiado tiempo. Y aquí es cuando nos damos de boca contra los putos intereses políticos y económicos de los jefes del mundo. Que injusto. Menudo mundo de mierda es a veces éste en el que vivimos.

Por suerte cuando algo nos da una hostia de realidad tan grande, también saca lo mejor de nosotros, nuestra solidaridad y empatía más inmensas. Parece que lo peor de unos seres humanos hace aflorar lo mejor de otros. Qué ironía.

El caso es que surgen movimientos de ayuda, apoyo, iniciativas solidarias para recaudar fondos, y demás, para que esa gente que está yendo de un lado a otro, tenga unas condiciones un poco menos duras al llegar al siguiente campamento, o a la siguiente estación de tren, o al país que lo acoja. O medicamentos en una ciudad donde se destruye lo destruido cada día, o simplemente mantas para no morir de frío.

En este caso os hablo de varias iniciativas que me han encantado.

La primera es En tu Piel, llevada a cabo por El Club de las Malasmadres, que junto con Cenas Adivina y El Taller de las Cosas Bonitas, han creado el primer reto #entupielRefugiado para ayudar a los refugiados de Siria. La cita es el día 3 de octubre en Grey Elephant, Madrid, con talleres infantiles, charlas y un mercadillo benéfico (donde además de caer en alguna tentación, puedes donar aquella chaqueta que te compraste y que aún cuelga en una percha en el fondo de tu armario con la etiqueta puesta). Todo lo recaudado irá a CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado). Puedes comprar tu entrada a través de la página TicketeaY si no puedes venir puedes hacer tu pequeña colaboración comprando tu entrada en fila cero. Aquí os dejo el programa para el evento. 


La segunda es a través de La Casa de Carlota, un estudio de diseño genial donde los haya, en cuya tienda sus productos sirven para ayudar a muchos, entre ellos a los refugiados, a través de esta camiseta con la Bandera de los Refugiados, del proyecto Citizen Refugees Project, con la colaboración de Save the Children. 


Por otro lado, ilustradores varios se han puesto también manos a la obra (de arte) para traernos distintas láminas cuyos beneficios también irán destinados a los refugiados. Esta de Hermano Gato (10€), o esta otra descargable de El Perro de Papel (5 €) son preciosas. 

  
Y por último esta iniciativa me ha parecido muy curiosa, La Manta de la Vida, que cuenta ya con más de 2.000 personas que tejen voluntariamente mantas para enviar a Siria de cara al invierno.

Me despido con la definición de “Refugiado” según la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados: 

"Una persona que, debido a un miedo fundado de ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad, membresía de un grupo social o de opinión política en particular, se encuentra fuera de su país de nacimiento y es incapaz, o, debido a tal miedo, no está dispuesto a servirse de la protección de aquel país; o de quien, por no tener nacionalidad y estar fuera del país de su antigua residencia habitual como resultado de tales eventos, es incapaz, debido a tal miedo, de estar dispuesto a volver a éste".

Resumiendo en tres palabras, personas con miedo. Ayudémoslas. Porque por suerte cada aportación, ayuda, por muy insignificante que la creamos.

Granito a granito se hace una montaña.

¡Feliz viernes! 

lunes, 7 de septiembre de 2015

¡Bienvenido frío!, sayonara pantalones tanga.

La última entrada era bienvenido septiembre, y esta es bienvenido el frío. Bienvenido el mal tiempo, y el aire, y la lluvia, y la bajada de temperaturas.
No penséis que me he vuelto loca, no me apetece nada esta mierda de tiempo que está haciendo estos días, que parece que el otoño ha entrado de repente, sin avisar, de un día para otro, y no nos ha dado ni tiempo de sacar las cosas de manga larga. Que acuesto a los niños y me paso media noche en vela pensando si tendrán un poco de frío y les pongo la mantita de entretiempo, o si de repente tendrán un poco de calor y voy y se la quito. O si les acuesto con pijama de manga larga, o de manga corta y con mantita… ¡Qué dilema cada noche!, mañana mismo me voy a comprar pijamas de franela, por si refresca un poco más.

Estamos en esta maravillosa época del año en la que te cruzas por la calle con gente que va con chaqueta, otra que va en tirantes… y sales por la mañana de casa con un bolso con el que parece que te vas a hacer el Camino de Santiago, con todos los “por si acasos” para sobrevivir al día fuera, que nunca sabes con qué temperatura te va a sorprender el día.  

Yo por mi parte estoy feliz, porque tengo todas mis esperanzas puestas en que este frío termine con la vena de los pantalones tanga, o las bragas vaqueras, podéis llamarlo como mejor os parezca. No pongáis cara rara, que todos los habéis visto, seguro que habéis visto incluso más de lo que os hubiera gustado ver, porque algunas lo llevan tan mínimo que podrían ir al ginecólogo sin necesidad de quitárselo. Me imagino la escena,  -Pase, quítese la ropa de cintura para abajo y puede dejarlo en la banqueta de la esquina. Ah no, si son esos pantalones no hace falta que se los quite-. 

Vamos a ver… en verano, hace calor, y todos vamos más ligeritos de ropa; los pantalones cortos en todas sus tonalidades o texturas son la prenda estrella del verano desde hace ya varias temporadas. Pero yo no hablo de los pantalones cortos en general, hablo de los pantalones culeros, ¡por el amor de Dior!, ¡que tengo bragas que tapan más que muchos de ellos! ¿Me estaré haciendo una viejuna y por eso me escandalizo de estas cosas?, puede ser… aquí varios ejemplos de que se pueden llevar perfectamente "para todos los públicos", más o menos cortos o desgastados, o incluso con los bolsillos fuera. Ofrecen muchísimas posibilidades. De lo otro no voy a poner ejemplos porque me da vergüenza ajena. 



La semana pasada de vacaciones en la costa hubo un concierto en la playa, y hordas de jóvenes venían por el paseo como borreguitos a la llamada del Dj de turno. Yo por mi parte, no salía de mi asombro al ver que el 98% de la muchachada femenina vestía los pantalones en cuestión. Unas más “recatadas” los llevaban hasta casi el muslo, o sea, su medida más o menos normal. Otras nos deleitaban con medio cachete del culo. Daba igual la talla, unas delgadas, otras menos delgadas; parece que la forma de tu cuerpo es indiferente, da igual que algo te siente bien, mejor, o como el culo, valga la redundancia. Y dónde quedó aquello de la compensación, es decir, o enseñas mucho por arriba o mucho por abajo, pero no las dos a la vez, porque no se trata de salir de gogó en el próximo video de Pitbull, ya tu sabes. Pero debe ser que todo esto de la compensación que os cuento es de otra época.  

En cierto punto lo entiendo, todas lo hemos hecho en algún momento de nuestra vida. Recuerdo una vez que nos compramos un pintalabios negro para la fiesta de Halloween del colegio, allá por el pleistoceno, y ya pasada la fecha de la celebración, me empeñé en salir a la calle con él plantado en los labios. Por supuesto, estaba ridícula, pero en ese momento yo pensaba que era lo más. Y ahora resulta que 20 años después se llevan los labios casi negros al más puro estilo gótico. Así que yo era toda una visionaria de mi tiempo, y yo sin saberlo…

El caso es, que el hecho de que yo fuera hecha un esperpento con los labios negros, no implicaba agredir visualmente a las personas a mi alrededor, enseñando más de lo que nadie quiere ver. A riesgo de parecer una mojigata a mi edad, una cosa es ir insinuando un poco más de la cuenta, y otra es correr el riesgo de contraer cualquier enfermedad venérea cada vez que plantan el culo en cualquier sitio.

Así que estoy encantada con el frío, porque quiero pensar que si siguen usando esta maravillosa prenda, al menos lo harán con medias tupidas debajo… o quizá irán con el culo y las piernas moradas del frío… (Y una cistitis de regalo). Habrá que esperar un poco para ver cómo se desarrolla esto. Entre tanto yo rezo a todos los dioses conocidos y por conocer, para que se extinga esta moda de las bragas vaqueras y no vuelvan nunca jamás. Al menos no con Maya en edad de elegir su propia ropa… porque si se le pasa por la cabeza querer llevar semejante despropósito, aquí dejo por escrito y os pongo a todos por testigos de que no va a salir de casa sin que su madre, o sea yo, le haya medido el largo de los pantalones, y los considere pantalones, y no ropa interior.


¡Feliz lunes! 

martes, 1 de septiembre de 2015

¡Bienvenido septiembre!

Uno de septiembre. Empieza la vida después de la buena vida, la de las vacaciones, la de dormir dos y tres horas de siestas todos los días, la de disfrutar del sol, los paseos junto al mar, la comida rica y sin prisas, vivir sin la necesidad de comprobar el reloj para ver si los niños se tienen que acostar, que mañana tienen cole; y leer, y no me refiero a leer dos páginas quedándome medio dormida, sino LEER. ¡Un libro en una semana!, que para muchos puede sonar a chiste, pero para mí es inaudito con los enanos, y realmente lo echaba de menos… ¿qué os voy a contar que no sepáis?

Reconozco que una parte de mi desearía eso a todas horas. Otra, teniendo en cuenta la realidad de que no vivo en la costa, sino en Madrid, me dice bien clarito –Oye, tú, deja de flipar, que sabes perfectamente que si vivieras ociosamente metida en casa con los niños 24 horas al día, te volverías cucu en una semana-. Y tiene toda la razón del mundo. Porque las vacaciones son eso, vacaciones. Las disfrutas y las exprimes al máximo porque sabes que son finitas, y cortas. Pero una servidora necesita volver a su rutina, con horarios, con conversaciones adultas, al menos unas horas al día; y con la prole metida en la cama a las 8 de la tarde para tener un ratito  (corto), de vida marital. Ya estamos de vuelta, ¡bienvenido septiembre! Esa rutina de la que tanto me quejaba en mi anterior post, (aquí). ¡Si es que una no sabe ni lo que quiere!

Los últimos quince días, aparte de lo que os comentaba en el primer párrafo, han dado para mucho, sobre todo mucho pensar. Siento dejaros con la miel en los labios, pero hasta aquí puedo leer, o mejor dicho, escribir. El resto, próximamente.

Lo que sí puedo contaros es la sensación de satisfacción con la que estoy desde hace una semana, cuando di ese primer paso hacia el emprendimiento. Una toma de contacto que me sirvió para centrar las ideas que yo tenía apelotonadas en mi cabeza, organizarme, y coger toneladas de fuerzas y energía para seguir avanzando. He leído muchos blogs y artículos de gente que habla de su nueva vida después de emprender; de su empresa, de su proyecto, con el cariño con el que una madre habla de sus hijos, y me he dado cuenta de que yo misma hablo de ello sintiéndolo así, porque en cierta medida esto es como un hijo más, nace de ti, se gesta dentro de ti, y tú le ayudas a desarrollarse y a crecer. De momento falta mucho para eso, digamos que aún estoy de unas pocas semanas, por seguir con el símil. Pero la ilusión es igualmente inmensa.

Así que empezamos septiembre con las pilas cargadas, con esta carrerilla que he cogido que me hace sentirme imparable, y con esta foto de las vacaciones. Como no, la playa.



¡Feliz martes!